El
debate en torno a los límites de Libertad de Expresión presenta múltiples
posiciones que, a lo largo de la historia, lejos de unificar posturas se ha
profundizado aún más la brecha entre el control y la libertad plena. Sin
embargo, los recientes hechos en la vida mediática de la sociedad argentina
permiten repensar si es posible un debate de altura con los sectores
progresistas que dominan la agenda comunicacional de éste país.
Ante
las palabras con humor de Cacho Castaña[i] en
una entrevista o la rutina del conocido “negro” Álvarez[ii], se
reaviva la confrontación entre la libre expresión y la postura que brega por
regular aquello que se dice públicamente. Claramente que la agenda mediática en
la actualidad es puro progresismo, que a su vez encuentra un campo fértil en la
posmodernidad, una era donde la hipersensibilidad es transversal a todas las
esferas sociales. Cuando occidente en el Siglo XX abandonó la razón para dar
lugar al “Sentir”, especialmente con la generación “millennial”[iii],
hasta el humor se vio invadido por la híper susceptibilidad que los medios
impusieron. El miedo a que la izquierda los tilde de “machista” “homofóbicos” o
“racistas” ha generado que todos los grandes productos del humor deban cercenar
sus ideas para satisfacer unas minorías resentidas contra la sociedad
occidental[iv], aun
cuando las propias personas objeto del humor no presentaban queja alguna.
Si
América pudo crecer siglos atrás se debe, en gran medida, a los índices de
libertad que esta parte del mundo ofrecía, donde se entendió durante mucho
tiempo que el problema era la pobreza y no la desigualdad. Dicha libertad no
residía sólo en lo económico, sino que tal prerrogativa se extendió al Culto y
la Expresión. Por ello vale la pena sustraer del ensayo “Sobre la libertad”[v] de
John Stuart Mill aquello que define el pensamiento de una nación libre: “la condición esencial de la libertad radica
en la desigualdad, en la variedad, en lo diferencial del hombre; es decir, su sujeto
es el individuo concreto e inintercambiable.”.
Ahora
bien, la izquierda ha elevado las banderas de la corrección política como forma
de censura pura y simple. Pero como es típico en toda forma de manifestación
marxista, se encuentra en el medio un sinfín de contradicciones. Como simple
ejemplo vale la pena analizar el siguiente fenómeno: Mientras en la actualidad
se condena en una dictadura mediática a los humoristas que llevan décadas
haciendo reír a su público (que libre y voluntariamente consumen su servicio),
años atrás la poco respetuosa Ingrid Beck[vi], siendo directora de la revista “Barcelona”, decía: "No hay límites para el humor"[vii].
Por
lo tanto, el debate en la actualidad no parece ser respecto a los límites de la
Libre Expresión, sino que muy por el contrario, se trata de que la izquierda no
quiere perder su hegemonía en los medios como principal recurso para acallar
toda voz disidente. Esta postura se refuerza aún más cuando vemos que ante un
chiste viene la condena social por parte de las feministas, pero, a su vez son
las mismas que blasfeman en las iglesias amparándose en su propia libertad de
expresión. Ante el ridículo pensamiento contradictorio que promueve la
izquierda es necesario que todo ser racional empiece a expresarse libremente sin
miedo a las consecuencias, porque sólo los cobardes intentaran ser los sumisos
que se adapten a la corrección política.
[v] El
título original de esta obra de JOHN STUART MILL (1806-1873) es ON LIBERTY y se
publicó por primera vez en 1859.
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