Autor: Horacio Giusto Vaudagna
Ya
sea que se trate de un piquete organizado por los partidos de izquierda, una marcha
en contra del Código de Convivencia o un reclamo originado en el Encuentro
Nacional de Mujeres, lo cierto es que en Argentina se ha normalizado la
manifestación pública como forma de expresión popular.
Ciertamente
la libertad de expresión y de asociación son pilares en los contenidos pétreos
de nuestra Constitución Nacional, pero así también lo es la norma que determina
la inexistencia de derechos absolutos, por lo que cada prerrogativa encuentra
sus límites en la regulación que se determina institucionalmente. Esta idea, la
de regular en forma más exhaustiva las manifestaciones para que no se vulneren
derechos de terceros, es la que subyace en el proyecto de reforma al Código
Penal que tiene como principal artífice al camarista Mariano Borinsky.
En
Argentina, según la consultora Diagnóstico Político, el año pasado hubo 5.221 cortes de
tránsito a causa de protestas callejeras. Lamentablemente, no todas fueron
pacíficas, ya que en reiteradas ocasiones hubo fuertes agresiones tanto al
personal de las Fuerzas de Seguridad como a civiles circunstanciales. Además,
pareciera ser que es parte de este folclore popular la necesidad de dañar
bienes privados, pertenecientes muchas veces a humildes comerciantes, y
públicos, tal como sucedió en diciembre del 2017 donde los arreglos al centro
porteño costaron más de 23 millones de pesos, todo financiado con impuestos de
los trabajadores.
Algunos
dirigentes de izquierda creen que este proyecto de reforma representa una
actitud fascista por parte del oficialismo. En rigor de verdad no es prudente
hablar de fascismo en la actualidad. Democráticamente el pueblo argentino
eligió un diseño institucional mediante el cual se asegura el mayor goce
posible de libertades, sin vulnerar la de terceros. Cada organización es libre
de manifestar sus pretensiones, pero no por ello puede arrogarse la potestad de
ser dueña de los espacios públicos. No existen razones morales suficientes que
justifiquen que alguien se vea vulnerado en su libertad de circulación, a causa
de un conflicto que se da entre dos partes que le son ajenas.
En
la actualidad, gracias al Poder Legislativo, Judicial, Mediático y
Comunicacional, cada persona posee diversas formas de expresión para obtener
una respuesta en forma civilizada. Pareciera ser que el reclamo en la calle es
la única forma de visualización del conflicto, pero no se debe olvidar que no
se puede justificar la violación de un derecho a un tercero que no es parte de
dicho problema. Finalmente, es dable recordar que, si existen las vías
democráticas e institucionales para resolver una contienda, llevar la política
a las calles sienta las bases para una reacción totalitaria tal como sucedió en
Europa en época de entre guerras, donde ciertos sectores quisieron ganar en los
espacios de convivencia común lo que no podían ganar en las urnas.
Debate contra legislador del Partido Obrero sobre el proyecto de reforma del Código Penal que intenta regularizar las manifestaciones sociales.
Genial, Felicitaciones Horacio.
ResponderEliminarMuchas gracias
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