Autora:
Ana Casermeiro Almirón
Ciertamente,
si uno leyera la obra de Engels, “El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, observaría que
desde la génesis de la izquierda hay un enfrentamiento directo en contra de la
familia tradicional. Sin embargo, no toda amenaza a ese núcleo exogámico,
monogámico, perdurable y de identidad propia, procede desde espectros políticos
marxistas. Tal es así que si se analiza el comportamiento de los más jóvenes,
uno verá que hay una marcada merma en el compromiso y proyecto marital.
Diversas
causas han generado el desencanto en el propósito nupcial, empero, es prudente
detenerse en un fenómeno de reciente aparición. Tal emergente es la extrema
susceptibilidad con la que viven muchos jóvenes de la sociedad actual. La
susceptibilidad a la que se alude es aquella marcada actitud de fragilidad
moral. Las generaciones modernas ostentan tal característica como si la misma
fuera virtuosa, siendo que lo real es que tal debilidad dista de ser una
excelencia del alma. La susceptibilidad borra el orden sensible del espíritu
para transformar a la persona en un ser infantil y caprichoso que se siente
injuriado ante cualquier idea que contradiga sus apegos.
El
sentir que toda expresión es potencialmente ofensiva, no sólo coarta la
libertad de expresión y la búsqueda de la verdad de terceros, sino que
desarraiga la noción de paciencia. En una pareja en la que prolifera la
susceptibilidad se torna imposible un diálogo fluido, clave de un matrimonio
consolidado, ya que a la primera palabra desagradable se generará un quebranto
interno. Quien es susceptible es incapaz de forjar una relación a través de la
fortaleza, característica esencial para sobrellevar la comprensión y la
tolerancia dentro de una familia. Sólo aquel que es apto en el arte de escuchar
y practicar la humildad, podrá tolerar situaciones que le resulten fastidiosas
y seguir firme en su relación afectiva. Imagínese qué clase de futuro promete
un pequeño hombre que, eventualmente será padre, si en su adolescencia escapa
al refugio de cualquier mujer ante la primera discusión con su pareja.
A
la luz de la verdad, no se puede ignorar que el ser humano es naturalmente un
ser social; asimismo, no ha de olvidarse que la sana protección de uno mismo
hace a una forma de vida sana y madura. La colisión de intereses resulta cuando
se tiene un apego desordenado a lo propio en desconsideración de lo que puedan
aportar los pares. La cultura de la susceptibilidad promueve un individualismo
atomista e irracional, donde se cree erróneamente que existe algo así como un
“derecho a no ser ofendido”; de tal situación emerge que cada persona comienza
a aislarse en búsqueda de espacios seguros. Considerar todo como una injuria
vuelve al individuo una entidad aislada de la realidad, en la cual, está
creando un mundo a su propia imagen y semejanza. Esta ficción, al momento de
contrastar con la realidad, generará un conflicto enorme ya que la persona
quedará expuesta a una verdad que la supera. De lo expuesto es que se explica
cómo las generaciones más jóvenes, en general, se caracterizan por vivir
pensando sólo en la felicidad propia y en consecuencia, descartando a todos
aquellos que no sirven para satisfacer sus propios deseos. Internamente son
seres débiles e incapaces de comprometerse, que envueltos en el vicio de la
soberbia, creen poder dominar aquello que los rodea. La triste realidad es que
esta forma de aislarse los deja desnudo frente a cualquier amenaza externa, sea
que se trate meras modas que rebajan la dignidad humana, o sea que se trate del
aparato coercitivo del Estado que les infunde una ideología que los vuelve
serviles.
Quien
ama en fortaleza aprende a amar por sobre los defectos de los demás. La persona
quisquillosa e irritable carece de ese sentido, porque lejos de ver un defecto
como una oportunidad de crecimiento y aprendizaje, toma aquello tan natural en
el humano como excusa para alejarse. Dado que el susceptible sigue
siendo un ser social por naturaleza, la única forma que tendrá de relacionarse
será considerando a las personas como meras posesiones pasajeras hasta que la
dejen de satisfacer. El ejemplo más típico se da en cuanto surge una discusión
fuerte en una pareja y automáticamente uno de los dos busca cortar la relación
porque no se siente “libre” de hacer lo que quiere, como manejarse en la vida
de forma imprudente mientras su par espera cierto nivel de compañerismo en el
proyecto de vida en común.
Uno
se preguntaría en forma sincera y genuina cómo enfrentar esta cultura que
fomenta el egoísmo escudado en la susceptibilidad. Sería una preocupación seria
ver la forma en que los más jóvenes puedan aprender a amar en forma oblativa y
abnegada, siempre con fortaleza y humildad en su corazón lo que permite aceptar
los defectos de los demás. En este sentido es primordial considerar que, en una
sociedad que rinde culto a lo mundano, esencial será que busque un bien mayor
cuando se forme una pareja. Ese deseo de aspirar a un bien común y compartido
que los perfeccione tiene que ser el eje de todo vínculo afectivo que siempre
servirá para dignificarlos a ambos. Si muchos matrimonios fracasan por la
incapacidad de tolerar los defectos de su pareja, una excelente herramienta
para evitar eso será, en consecuencia, fomentar las virtudes de la caridad y la
castidad.
Una
sociedad plagada de apegos desordenados, en la que sólo se piensa en obtener
placer de los demás y en la que resulta ofensivo que alguien no quiera acceder
a satisfacer los deseos propios, encontrar un matrimonio caritativo es
realmente un milagro. La caridad como virtud para amar implica una entrega
completa, y aunque muchos no comprendan, en la castidad verdaderamente hay una
entrega de amor. No ver a la otra persona como objeto sino como un ser íntegro
al cual uno respeta por encima de sí mismo, es la mayor muestra de cariño y
afecto que puede haber. Ordenar los
apegos es un excelente camino para fortalecer el vínculo marital, donde tanto
el hombre como la mujer aprenden a soportar bastas pruebas que consolidan su
sentimiento de pertenencia mutua.
Sostenerse
mutuamente sabiendo que en toda familia habrá tribulaciones requiere de una
importante contemplación y especialmente, de humildad. Saber uno que es capaz
de ofender hace que se tenga especial piedad cuando otra persona agravia. No
por ello ha de tolerarse daños injustificados, pero ciertamente ayuda la
humildad a no sentirse dueño del universo donde nadie debiera atreverse a menospreciar.
Las personas, todas y sin excepción, responden a una naturaleza caída; cuán
bello se vuelve entonces cuando dos seres que se juraron amor eterno, lejos de
separarse a causa de tal condición, deciden colaborar el uno con el otro para
ser mejores personas.
El
mundo moderno gira en torno a la fragilidad de los espíritus. Las personas se
ofenden con suma facilidad viéndose tentadas a aislarse para no sufrir y
utilizando a cualquiera para obtener lo que deseen. Es momento de comprender que
el amor no es apego; muchas personas, en especial las más jóvenes, suelen
confundir el estar atado a una relación con el amor. Aferrarse a lo que otra
persona puede ofrecer causa un serio dolor por el miedo a la pérdida. Un
individuo fuerte y seguro de sí mismo va a decir “Te amo” en igual forma que lo diría una persona débil; pero
mientras el primero lo va a decir para mostrar que procura la felicidad de su
pareja, la segunda lo hará para procurar atarse a alguien que lo satisfaga.
Quizás esta sea una forma simple y sencilla de explicar algo que posee una gran
profundidad. Si toda la cultura apunta a la posesión de cosas y personas para
que uno se sienta completo, el mayor desafío será encontrar la completitud en
uno mismo, así el amor será generoso, piadoso y oblativo.
Por
todo lo que se ha expuesto en breves palabras, es preciso para finalizar,
mencionar que es posible promover un amor verdadero y estable, pero siempre
basado en el sacrificio y búsqueda de un bien mayor. Se debe dejar de lado toda
idea impregnada por los medios masivos y empezar a ver la realidad tal cual se
presenta. No existe el ser humano perfecto, aunque tenga en su corazón las
mejores intenciones siempre; lo que sí existen son las personas capaces de amar
y aceptar lo bueno, ayudando a mejorar día a día y con la aptitud para tolerar
las carencias propias de todo semejante.
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