Autor: Horacio Giusto Vaudagna
Si
bien las redes sociales conforman actualmente el principal espacio por el cual
interactúa virtualmente una persona promedio, cierto es que la televisión sigue
ostentando un lugar de privilegio como medio de comunicación. Sea una familia
humilde de los suburbios, un simple estudiante del interior o alguna pareja de
gran capacidad económica, lo real es que cada hogar posee un televisor el cual
más de una vez es utilizado como fuente
de entretenimiento o de información. Esta magnífica invención posee, desde su
origen, un sinfín de utilidades para la humanidad; sin embargo, dada la
naturaleza falible del hombre, es prudente considerar los riesgos que presenta
dicha invención moderna. La televisión naturalmente, y a diferencia de una red
social, es unilateral. El televidente puede elegir entre ver, o no, las
opciones que se les presente, mas no por ello puede intervenir sobre aquello
que sus ojos consumen.
Quien
ve un programa televisivo se encuentra en un estado mental de excesiva
pasividad. Este fenómeno es fácilmente aceptado porque rara vez alguien decide
consumir algo que no le aporte alguna sensación de agrado; consecuentemente,
quien está inmiscuido en el dispendio de la televisión pierde todo hábito de
reflexión, engullendo todo lo que se le muestra sin la menor resistencia. La
sociedad en su conjunto asiste en forma flemática a un mundo televisivo que
oscila entre cargas ideológicas invasivas y la mediocridad típica de personas
frívolas. El mercado se adapta a lo que se requiere en el momento; si la
inmensa mayoría de agentes se sienten cómodos con los discursos feministas, no
es de esperar que la oferta sea de un nivel cultural elevado. En un mundo que
gira al hedonismo en forma acelerada, es por demás previsible que las
sensaciones ocupen un lugar preponderante por sobre la razón. El
sentimentalismo que plantean tanto las novelas como los noticiarios donde se
impone la agenda de género es aceptado con mayor agrado que las críticas
racionales y fundadas que puedan hacer los detractores al movimiento de la
nueva izquierda.
La
televisión como instrumento es funesto desde el momento que posee un número
indeterminado de espectadores, y los mismos están a merced del contenido que
defina una agenda totalmente ideologizada, capaz de impartir nociones en mayor
cantidad de tiempo que el propio sistema educativo. Una comunidad que no aspira
a la superioridad moral ni a la excelencia del espíritu, difícilmente exija
producciones televisivas de contenido digno para el hombre. Esta posibilidad de
influenciar con contenido burdo a la población general es una herramienta
tentadora para personas sin criterios morales, tales como el colectivo
argentino de actrices que, en su mayoría, utilizan el espacio televisivo para
invadir las mentes desprevenidas con propaganda abortista y feminista. Por lo
expuesto, es claro que la televisión se ha convertido en un “caballo de Troya”
gracias a su poder seductor, el cual es utilizado con fines netamente
políticos.
El
feminismo actual ha sido sutil en la toma del poder mediático. Utilizar ciertos
hechos de la realidad pero anexados a una fuerte carga política le permitió al
sector feminista hacerse de un lugar de privilegio en los medios. Un claro
ejemplo es ver una noticia lamentable de una mujer asesinada por un ex novio;
cierto es que todo el tiempo hay hombres que mueren y pasa desapercibido, pero
el trato mediático que reciben ciertas víctimas dista de la equidad. Incluso,
el feminismo, usando la increíble llegada que posee la televisión, distorsiona
datos reales en su beneficio; bastaría ver cómo se intentan corromper sanas
tradiciones como la caballerosidad a través de las novelas mediocres de la
actualidad o cómo se desdibujan las cifras en los noticieros cuando se debate
la legalización del aborto.
Es
innegable que la televisión, si es monopolizada culturalmente por un
determinado sector ideológico, es un medio idóneo para corromper y manipular
las masas de cada nación; por ello es de suma importancia estudiar quién tiene
el control sobre la agenda cultural del momento y cuál es su finalidad. Quizás
sea momento de apagar la televisión y comenzar a cultivar virtudes olvidadas.
El diálogo familiar y las reuniones sanas donde se debata la coyuntura política
son mucho más propicias que cualquier contenido producido por un colectivo
bastardo de izquierda. Pocas personas tienen el poder de razonar y criticar
aquello que ven, y en esas pocas personas que no sucumben al poder hipnótico de
la caja boba está puesta la esperanza de una nación.
Ufff. Por algo es que dejé de ver la tele hace mucho tiempo.
ResponderEliminarLo triste es que no podés decirles nada o peor, te hacen la vida imposible si no pensás como ellas o no aceptás lo que te imponen. Y más aún, inducen a la muerte de todo lo que es masculino y esto que hoy vivimos, tanto hombres como mujeres de verdad, ya es una auténtica dictadura.
Lo bueno es que en Colombia eso no ocurre.
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