Autor recomendado:
Alberto Benegas Lynch
(h): Presidente del Consejo Académico de Libertad y Progreso y Doctor en
Economía y en Ciencias de Dirección. Presidente de la Sección Ciencias
Económicas de la Academia Nacional de Ciencias y miembro de la Academia
Nacional de Ciencias Económicas. Autor de diecisiete libros. Fue profesor
titular por concurso en la UBA. Es profesor en la Maestría de Derecho y
Economía de la UBA. Fue Director del Departamento de Doctorado de la Facultad
de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de La Plata y Rector de
ESEADE donde es Profesor Emérito. Fue asesor económico de la Bolsa de Comercio
de Buenos Aires, de la Cámara Argentina de Comercio, de la Sociedad Rural
Argentina y del Consejo Interamericano de Comercio y Producción.
Texto de Referencia:
Nuevamente reiteramos de modo parcial lo que hemos consignado sobre la
denominada posmodernidad que, al igual que la posverdad se traducen en
construcciones contrarias a la realidad de las cosas. La modernidad es heredera
de una larga tradición cuyo comienzo puede situarse en la Grecia clásica, en
donde comienza el azaroso proceso del logos, esto es, el inquirir el porqué de
las cosas y proponerse la modificación de lo modificable en lugar de resignarse
a aceptarlas sin cuestionamiento. Louis Rougier afirma que en esto precisamente
consiste el mito de Prometeo, que expresa el intento de una ruptura con la
superstición y que la “contribución de
Grecia a la civilización occidental consistió en darle sentido a la palabra
‘razón’. En contraste al Oriente, que se sometía en silencio a los mandatos de
los dioses y los dictados de los reyes, los griegos trataron de entender el
mundo en el que vivían” Pero el modernismo propiamente dicho es renacentista
aunque pueden rastrearse rasgos más o menos marcados en algunos escolásticos y
especialmente en la escolástica tardía de la Escuela de Salamanca. En todo
caso, el llamado modernismo hace eclosión en la Revolución Francesa antes de
sumergirse en la contrarrevolución de los jacobinos, el terror y el
racionalismo iluminista.
El posmodernismo, por su parte, irrumpe aparentemente a partir de la
sublevación estudiantil de mayo de 1968 en París y encuentra sus raíces en
autores como Nietzsche y Heidegger. Los posmodernistas acusan a sus oponentes
de “logocentristas”, rechazan la razón, son relativistas epistemológicos (lo
cual incluye las variantes de relativismo cultural y ético) y adoptan una hermenéutica
de características singulares, también relativista, que, por tanto, no hace
lugar para interpretaciones más o menos ajustadas al texto. George B. Madison
explica que “una de las cosas que el posmodernismo subraya es que, de hecho, no
hay tal cosa como el sentido propio de nada”. El posmodernismo mantiene que
todo significado es dialéctico. Esto, como queda dicho, en última instancia se
aplica también al “significado” del propio posmodernismo. Por eso es que Denis
Donoghue señala que a prácticamente todo estudiante de nuestra cultura se le
requiere que, entre otras cosas, exponga su posición frente al posmodernismo,
aunque en realidad signifique cualquier cosa que queramos que signifique.
Isaiah Berlin se refiere a algunos aspectos que resultan consubstanciales
con los del posmodernismo, aunque esta terminología no existía en esa época.
Berlin se refiere a un punto de inflexión en la historia que se produce “hacia
finales del siglo XVIII, principalmente en Alemania; y aunque es generalmente
conocido bajo el nombre de ‘romanticismo’, su significado e importancia no han
sido completamente apreciados incluso hoy día”. Afirma que se trata de “una
inversión de la idea de verdad como correspondencia”. Dice Berlin que para el
romanticismo sólo el grupo existe y no el individuo, lo cual “lleva en su forma
socializada la idea de autarquía -la sociedad cerrada, planificada centralmente
de Fichte y de Friedrich List y de muchos socialistas- que los aísla de la
interferencia exterior para poder ser independientes y expresar su propia
personalidad interna sin interferencia de otros hombres”. Insiste Berlin que
este modo de ver las cosas significa una “inversión de valores […] Es en este
tiempo cuando la propia palabra ‘realismo’ se vuelve peyorativo”. Asimismo, Berlin
sostiene que “una actitud de este tipo es la que ha revivido en épocas modernas
en forma de existencialismo […] Pues las cosas no tienen, en este sentido,
naturaleza alguna; sus propiedades no tienen relación lógica o espiritual con
los objetos o la acción humana”. Y concluye que “Ningún movimiento en la
opinión humana ha tenido una envergadura y efecto similares. Todavía aguarda a
sus historiadores […] Esto, por sí solo, me parece razón suficiente para
prestar atención a ese extraordinario, y a veces siniestro, fenómeno”, todo lo
cual es aplicable a lo que hoy se denomina posmodernismo.
Cuando se alude a la razón debe, en primer lugar, precisarse qué se
quiere decir con la expresión racionalismo. Hay dos vertientes muy distintas y
opuestas en esta materia. Por un lado, el racionalismo crítico, para recurrir a
una expresión acuñada por Popper, y, por otro, el racionalismo constructivista,
término que adopta Hayek. En el primer caso, se hace referencia al rol
razonable de la razón como herramienta para hilar proposiciones en la
argumentación según las reglas de la lógica en el afán de buscar el mayor rigor
posible para incorporar dosis crecientes de verdades ontológicas. En el mar de
ignorancia en que nos debatimos, de lo que se trata es de que a través de debates
abiertos entre teorías rivales resulte posible incorporar fragmentos de tierra
fértil en que sostenernos, en base a corroboraciones provisorias pero siempre
sujetas a posibles refutaciones. La conciencia de las limitaciones de la razón
y el escribir esta expresión con minúscula, desde luego que no significa tirar
por la borda el instrumento fundamental de que disponemos para entendernos a
nosotros mismos e intentar el entendimiento del mundo que nos rodea. De la
falibilidad no se sigue el escepticismo, que, por otra parte, en contradicción
con sus propios postulados, pretende afirmar como verdad que le está vedado a
la mente la posibilidad de captar verdades.
La ingeniería social y la
planificación de vidas y recursos ajenos proviene de la arrogancia del
racionalismo constructivista o del Iluminismo que no considera que la razón
tenga límites y que todo lo puede abarcar. Hayek atribuye la inspiración al
espíritu totalitario y el inicio de esta vertiente a autores como Francis Bacon
y Thomas Hobbes, incluso en Descartes con su referencia al “legislador sabio”,
para no decir nada de Platón con su “filósofo rey”. A su vez, Ortega y Gasset,
también en su crítica al racionalismo de este tipo (que distingue de lo que
denomina la “razón vital”). Sin duda que resulta natural que a Hayek le parezca
inaceptable el racionalismo constructivista, especialmente si se declara
heredero de Bernard Mandeville, David Hume, Carl Menger y de Adam Ferguson de
quien ha tomado la diferencia central entre acción humana y designio humano.
Es conveniente, sin embargo, aclarar que las limitaciones de la razón no
significan que en el ser humano -el animal racional- puedan tener lugar acciones
irracionales. Ludwig von Mises explica este punto cuando sostiene que
frecuentemente se utiliza el término “irracionalidad” para aplicarlo a acciones
equivocadas en lo que se refiere a la utilización de ciertos medios y métodos
con la intención de lograr específicos fines. Afirma que “las prácticas de la
magia hoy se califican de irracionales. No eran adecuadas para lograr las metas
apetecidas. Sin embargo, las personas que recurrían a ellas creían que eran las
técnicas correctas, del mismo modo que, hasta mediados del siglo pasado [XIX],
los médicos creían que la afluencia de sangre curaba varias enfermedades. […].
Resulta confusa la calificación de las acciones de otros como irracionales para
aludir a personas cuyos conocimientos están menos perfeccionados respecto de
quien hace la descripción”. Esta confusa terminología nos convertiría a todos
en irracionales, dado que el conocimiento siempre será incompleto e imperfecto.
Distinta es la afirmación que indica que se está usando mal la razón en el
sentido de que no se siguen las reglas de la lógica, para lo cual es mejor
recurrir a la expresión ilógico o, en su caso, que no se la está utilizando con
propiedad para apuntar a la verdad ontológica al efecto de señalar la falsedad
de una proposición, o cuando las conductas se estiman reprobables, pero,
cualquiera sea la situación, el término irracional no ayuda a clarificar el
problema.
Aunque no resulte novedoso, conviene recordar lo que se conoce desde el
siglo VII aC como “la trampa de Epiménides”, a saber que dado que el
relativista sostiene que todo es relativo, esa aseveración también se
transforma en relativa y, por ende, se convierte en una postura
autodestructiva. Si el relativista afirmara que todo es relativo menos esta
aseveración, habría que señalar que para fundamentar la razón de esta
excepción, debe contarse con un criterio de verdad, lo cual, a su turno, pone
de relieve la necesidad de sustentarse en juicios que mantengan correspondencia
con el objeto juzgado. Por otra parte, deberían explicar también por qué no
recurren a criterios de verdad para todo lo demás que quedaría excluido del
conocimiento. A su vez, cualquier afirmación que se haga en dirección a
explicar por qué el criterio de verdad puede ser solamente utilizado para
revelar las razones por las que “todo es relativo” y excluir este criterio todo lo demás, se daría como otro criterio de
verdad.
Para incorporar conocimientos se debe recurrir al rigor lógico (a la
lógica formal) para que tenga validez el razonamiento, esto es, la verificación
de los silogismos, lo cual implica que la concatenación de las proposiciones
sean consistentes y, al mismo tiempo, recurrir a los procedimientos de la
lógica material para que las proposiciones resulten verdaderas (los argumentos
son válidos o inválidos, sólo las proposiciones resultan verdaderas o falsas).
El relativista posmoderno puede sustituir la expresión “verdad” por “conveniencia o inconveniencia
circunstancial” pero sólo recurriendo a las ideas de verdad o falsedad es que
se puede explicar el porqué de la referida “conveniencia”. Malcom W. Browne da
cuenta de una reunión en la New York Academy of Sciences que congregó a más de
doscientos científicos de las ciencias sociales y de las ciencias naturales de
diferentes partes del mundo que, alarmados, contraargumentaron la “crítica
‘posmoderna’ a la ciencia que sostiene que la verdad depende del punto de vista
de cada uno”. Para recurrir a un ejemplo un tanto pedestre, a un tigre
hambriento se lo podrá interpretar como una rosa, pero quien ensaye el
acercarse a oler la rosa (en verdad al tigre) difícilmente podrá escapar de las
fauces del felino. Semejante experimento pondrá en evidencia que,
sencillamente, un tigre es un tigre y una rosa es una rosa. Claro que, como
dice Mariano Artigas, “la verdad de un enunciado no implica una semejanza
material entre el enunciado y la realidad, puesto que los enunciados se
componen de signos, y la realidad está compuesta por entidades, propiedades y
procesos. La verdad existe cuando lo que afirmamos corresponde a la realidad,
pero esa correspondencia debe valorarse teniendo en cuenta el significado de
los signos lingüísticos que utilizamos”.
El lenguaje, un instrumento esencial para pensar y trasmitir
pensamientos, es el resultado de un orden espontáneo, no es el resultado de
ningún diseño, se trata de un proceso evolutivo. Los diccionarios son libros de
historia, son un ex post facto. Cuando se ha diseñado una lengua como el
esperanto, no ha servido a sus propósitos. La lengua integra un proceso
ininterrumpido de convenciones, pero de allí no se sigue que se pueda
interpretar de cualquier modo una palabra, lo cual imposibilitaría la
comunicación y significaría la destrucción del lenguaje. No se trata entonces
de interpretaciones frívolas según la moda del momento. De la antes mencionada
convención no se sigue que pueda impunemente desarticularse o disociarse la
definición de una palabra con su correspondencia con la realidad sin caer en el
sin-sentido. He aquí el meollo del posmodernismo.
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