Femipaternalismo


Autor: Horacio Giusto Vaudagna
Lo que muchas personas llaman “Feminismo de primera ola” no fue más que un resultado lógico de un contexto socio-político, en el cual, la mujer empezó a ser considerada como un individuo en igualdad de prerrogativas que el hombre frente al Estado. Sin embargo, las influencias de una corriente liberal quedaron atrás y perdidas en la memoria de algunos. El devenir de los años transformó esa esencia liberal del “feminismo” para convertirla en un movimiento netamente colectivista. En este punto, resulta más que llamativo el intento de algunos espacios liberales-libertarios en querer amalgamar las teorías individualistas, que repelen el paternalismo estatal, con el movimiento feminista.
Ciertamente el sistema occidental se desarrolló hasta una etapa de suma equidad en sus sociedades, equilibrando al día de hoy la libertad individual con la unión pacífica de los grupos de oposición. Como simples ejemplos para comprender acabadamente, bastaría que uno observe las infinitas posibilidad que ofrece la vida occidental a una mujer contemporánea; tal es así que en forma libre puede elegir vivir la castidad hasta el matrimonio, dedicarse a la industria pornográfica, ser modelo, tener su propio patrimonio, administrar sin supervisión sus negocios, formar una familia numerosa, vivir soltera hasta el final de sus días, vestirse en forma modesta, subir fotos sugestivas en sus redes, expresar su odio a la Iglesia, estudiar la carrera que desee o simplemente agarrar cualquier código de Derecho y ver que posee las mismas facultades que cualquier hombre. La realidad es que el sistema jurídico actual, de raigambre liberal, ofrece a los ciudadanos los mismos derechos y obligaciones ante el Estado, sin distinguir género alguno.
Pero el Feminismo insistió en una búsqueda de emancipación ficticia, en la cual sólo encuentra libertad aquel sujeto que menoscabe las prerrogativas de un tercero en beneficio de la causa feminista. Piénsese en Hobbes cuando, a raíz de su temperamento temeroso a la violencia, justifica intelectualmente la presencia sobredimensionada de un Estado totalitario que avasalle las libertades individuales de los ciudadanos. Cercano es tal paralelismo con el diseño estatal que propone el Feminismo contemporáneo. Ya no importa al movimiento feminista que las personas gocen de los mismos derechos ante el Estado, lo crucial es realzar, ya no un paternalismo criticado en tiempos pretéritos, sino un materialismo estatal. El feminismo se arroga, sea mediática o políticamente, la potestad de definir qué es lo mejor para la sociedad. Estas definiciones carentes de racionalidad pero, tal como sucede en la posmodernidad, fuerte en la sensibilidad subjetiva, son esbozadas día tras día por diversos actores del feminismo. Se le dice a la sociedad que el Estado debe considerarse como un agente maternal, que le diga a la mujer y al hombre cuáles religiones New Age son válidas y cuales dogmas ortodoxos han de rechazarse por arcaico; es ese diseño de Estado que le dice a la mujer cuando callar si está en contra del aborto o cuando su opinión debe ser respetada en los ámbitos académicos si se expide en favor de tal práctica; es el Feminismo que entrega licencia de desnudez, permitiendo que algunas circulen sin ropa en una marcha pero prohibiendo que otras no puedan concursar con su belleza; es la causa feminista la que quiere decirle a cada familia cómo educar sexual y moralmente a sus hijos, si es que nos los convencieron de abortarlos; son las feministas las que ordenan al hombre qué tipo de mujer deben buscar y agradar, porque está proscripto enamorarse de una señorita casta y creyente; la libertad sexual sólo aplica cuando de la promiscuidad se hace una ética, porque quien desee vivir libremente la castidad es condenado socialmente; el hombre que se disfrace de mujer debe ser protegido para que se lo integre en cualquier actividad femenina, pero la mujer que decida en libertad criticar al feminismo, debe ser lapidada y relegada de la sociedad. Así podrían darse miles de ejemplos de cómo funciona la arbitrariedad feminista.
El Estado actual, paulatinamente se está volviendo una entidad vigilante pseudo fascista que se proyecta como una Madre Todopoderosa, capaz de erradicar la autonomía del individuo. Es esta transición estatal la que, mediante sus nuevas leyes, establece por el propio bien de las mujeres que deben ganarse sus puesto a través de la ley de cupos, porque su intelecto y poder no es tal útil como su genitalidad al momento de competir con hombres; es por el bien de las ciudadanas que el Estado debe gastar millones en legalizar el aborto siendo que el cáncer de mama supera ampliamente el orden causal de muertes; es el movimiento feminista enraizado en el Estado que cree que la violencia en las parejas se elimina generando cada día más odio entre hombres y mujeres; es por el bienestar de la población que el sistema judicial debe romper el principio de inocencia en desmedro del hombre. Nuevamente, miles de ejemplos podrían darse para exhibir la forma totalitaria en que el Estado empieza a funcionar.
Si el Estado adopta un sistema autodestructivo tal como lo es cualquier colectivismo violento, en nombre del bien común, finalmente se verá que en verdad es sólo en beneficio de un determinado sector. Todas las actitudes que el feminismo dice rechazar de la sociedad occidental en su discurso, son las que adopta en sus prácticas. Repelen un supuesto patriarcado pero fuerzan la implementación de un diseño estatal femipaternalista, en el cual sólo una selecta parte de la sociedad defina qué y cómo debe actuar cada hombre y mujer dentro de su territorio. Este control población avanzará en la medida en que cada ciudadano siga creyendo ingenuamente que hay nobleza en el feminismo en su búsqueda de igualdad.


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