Víctimas
de una sociedad insegura y fomentada por disvalores propios de una cultura tendiente al
hedonismo, en forma constante aparecen mujeres que padecen el menoscabo en su
integridad a manos de una persona inadaptada. Demás está advertir la posición que
tiene todo agente de Derecha respecto al castigo que merece cualquier ser
humano que vulnera la integridad sexual de un semejante, pero prudente es
considerar si es válido aseverar la existencia de una sociedad “machista”. Quien
esté en las antípodas de la izquierda cultural suele ser reaccionario a la
utilización de vocablos propuestos por el espectro feminista para el habla
vulgar de las personas. Pero ocasionalmente, ante ciertos y lamentables
infortunios, se abre un nuevo debate en relación a la vigencia de una supuesta
cultura machista que atraviesa a la sociedad contemporánea. En este sentido es
lógico que haya una multiplicidad de opiniones, pero cuán beneficioso sería
acordar algunos puntos en común entre aquellos que ven una amenaza en el
avanzar político del feminismo.
En
rigor de verdad, a lo largo de la historia uno puede encontrar fornicarios,
lascivos, misóginos, trastornados mentales, delincuentes y cuanta persona ruin
uno quiera buscar. A mayor cantidad de población más difícil se vuelve su
control (en principio y sin considerar la raíz moral de dicha comunidad)
permitiendo que en el anonimato se multiplique la crueldad de algunos seres
humanos. Pero la existencia de un hombre, o grupo de hombres, que revistan una
actitud de menoscabo a la mujer no habilita a afirmar que la comunidad que los
contiene sea machista, o al menos no en principio. En Argentina, por citar un
ejemplo en analogía, durante el etapa propia del Derecho Patrio, la
holgazanería era castigada penalmente; a su vez, multiplicidad de intelectuales
de la burguesía afirmaban desde siglos antes que la ociosidad de la nobleza era
una cáncer a extirpar, valorando la dignidad del trabajo artesanal; el clero
desde antaño comprendió el deber moral de impulsar la dignidad del hombre
mediante el trabajo honesto y justo. Si uno ve ese período patrio, podrá
constatar que el poder gubernamental, eclesiástico y económico estaba
estructurado y en sincronía para fomentar una cultura de trabajo; la población
aceptaba dichas normas y en general todo hombre contaba con una fuente digna de
ingresos provenientes de su propia labor. Que haya existido una facción que se
dedicó a la vida ociosa y desprendida no habilitaría a que alguien racional
afirme que Argentina rendía culto a la vida haragana. Generalizar a partir de
un fenómeno aislado, siendo que las estructuras y la propia cultura repelen tan
suceso, es cuanto menos un error intelectual (si es que no hay malicia en el
agente que emita un postulado tan falaz).
Hablar
de “machismo” en términos culturales implicaría asociar una idea deplorable con
la masculinidad, subvirtiendo dones y diferencias complementarias que hay con
la feminidad desde el origen mismo de la humanidad. Machista sería la sociedad
donde la mayoría de hombres estuvieran de acuerdo con el acoso callejero (por
citar un ejemplo entre tantos posibles); a eso debería sumarse un poder
político que no castigara todo menoscabo a la integridad sexual de la mujer
pero que protegiera la incolumidad del hombre; así mismo, tal sociedad debería
contar con la anuencia de los medios de comunicación que fomentaran el ataque a
las mujeres y los centros educativos que formaran al hombre bajo una visión de
superioridad sobre el sexo opuesto. Uno pensaría que es ridículo que existan
tal estructura de poder que imponga una jerarquía artificial de una determinada
calidad emergente del humano por sobre otro. Nada más lejos de la realidad. Si
uno observa la sociedad del Nacional Socialismo podrá apreciar cómo la visión
de Carl Schmitt sentó las bases socio-políticas donde todos los campos
(jurídicos, culturales, económicos, entre otros) estaban diseñados para una
dominación en base a ciertos emergentes de su comunidad.
En
un proceso actual, cualquier individuo puede estudiar, e incluso vivir en carne
propia, la presión del feminismo, el cual es más que una mera expresión
cultural. Quien compara feminismo con machismo suele ser alguien muy bien
intencionado, preocupadoa por una equidad entre las personas temiendo que
alguna jerarquía impuesta artificialmente altere el orden espontaneo de la
sociedad. Pero es prudente aclarar que el feminismo ha digitado en forma
explícita su agenda sobre los campos económicos (economía con perspectiva de
género), jurídicos (ruptura del principio de inocencia para el hombre, aborto
legalizado pretorianamente, creación de fueros especiales), políticos (ley de
cupo, financiamiento a programas feministas, censura a disidentes), mediáticos
(hegemonía del discurso), educativos (control de los programas de educación) y
culturales (imposición de significantes en el habla cotidiana, control del
campo simbólico).
Ahora
bien, si una mujer fuese acosada en la vía pública, cabría preguntarse cuál es
la respuesta mayoritaria; ciertamente no habría ningún campo premencionado
avalando tal barbarie, sino que muy por el contrario, la parte sana de la
sociedad estaría de acuerdo en brindar un castigo ejemplar que sólo era posible
en tiempos pretéritos. Por todo lo expuesto es que uno se compadece y
solidariza con toda mujer que sufre un acto de menoscabo en su vida íntima,
pero siempre es oportuno aclarar que “machismo” es un concepto inviable en la
sociedad actual ya que no existe un solo aparato de poder que legitime lo ruin
de algún trastornado merecedor de penas ejemplares. Es lamentable tener que
reconocer que el feminismo avanzó tanto que al día de hoy hay personas que,
lejos de reconocer la diferencia entre un delincuente y una sociedad que
legitima la delincuencia, terminando hablando de “sociedad machista” como si
fuera un concepto válido.
Autor: Horacio Giusto Vaudagna
Siempre das cátedra amigo!
ResponderEliminarExcelente!!!
ResponderEliminar