En Argentina, el tercer
domingo de octubre se celebra el Día de la Madre en respeto a la tradición católica. En
efecto, previo al Segundo Concilio Vaticano (que traslada la celebración al 1º
de enero), la conmemoración solemne a la Maternidad Divina de la Virgen María
(Concilio de Efesos) estaba fijada para el 11 de octubre. Los usos y costumbres
hicieron que se festejara socialmente el Día de la Madre al domingo siguiente
de tal fecha para que se pudiera congraciar al corazón de la familia sin
descuidar el deber de estado que corresponde a cada fiel católico.
En ciertas ocasiones de
la vida no es necesario vociferar grandes elocuencias para transmitir un profundo
mensaje. En este día de la madre quizás bastaría recordar un viejo dibujo
animado para graficar lo que es realmente una “mamá”. Muchos jóvenes y adultos
quizás tengan en su memoria la conocida serie “¡Oye, Arnold!” que trataba sobre
un niño de 9 años que, transitando su educación en una escuela pública y
viviendo en los suburbios norteamericanos, se veía inmerso en pintorescas y
divertidas aventuras. Existe un capítulo en particular llamado “Educando a
Torvald” que es, para quien humildemente suscribe este artículo, el que mejor
refleja el amor de una madre. En dicho episodio se puede ver a un niño de 13
años (Torvald) que está en 4º grado por su incapacidad de aprender, sumado a
que muestra conductas abusivas con sus compañeros y mucha prepotencia para
dialogar. Lo que es llamativo es que la madre de Torvald cuando conoce a
Arnold, quien le ayuda a estudiar, le cuenta lo orgullosa que está de su hijo;
incluso le muestra un dibujo que hizo en primer grado con el cual sacó un 7 y
por ello lo tiene colgado en su heladera, para recordar siempre lo grandioso
que es él. Como madre sin marido, ella debe trabajar en una pollería durante
toda la noche y es en ese momento donde Torvald le reconoce a Arnold que, a
pesar de sus limitaciones propias, quisiera ser la mitad de bueno de lo que su
madre cree que es. Finalmente, con mucho esfuerzo e ingenio, Torvald logra
aprobar su examen con un 7+, razón por la que corre orgullo a contárselo a su
querida madre.
Como se anticipó, no es
necesario expresar muchas palabras para que uno pueda reflexionar algo con suma
profundidad. Uno podría esgrimir miles de argumentos respecto a las razones por
las cuales el feminismo ataca en primer orden la maternidad en todos sus
aspectos, pero prudente sería dedicarle tiempo a pensar a otros factores rara
vez considerados en la opinión pública. Ciertamente, algo que queda en la
memoria luego de ver ese episodio tan particular que se mencionó, es que uno
puede ser un desastre en miles de cosas y atravesar cientos de caídas pero pase
lo que pase, es la mujer que concibe a su hijo la que siempre estará para
cuidarlo y sentir por él todo el amor más puro que un ser humano puede recibir.
La naturaleza es sabia y por eso la maternidad es algo que sólo una mujer puede
llevar adelante, no sólo por el dolor y desgaste físico que implica un
embarazo, sino por el sacrificio espiritual que implica la educación y
protección de un hijo, creándose un lazo eterno e inquebrantable. Desde niño
uno puede apreciar que aún los peores seres humanos han tenido una madre que se
ha sacrificado por ellos y que los han seguido queriendo a pesar de todo.
Sería inimaginable para
cualquier mortal ponerse en la situación de Nuestra Señora que tuvo que acompañar,
con una total obediencia a la voluntad de Dios, a su hijo que era sacrificado
en forma cruenta en redención de la humanidad. Pero sí se puede tomar
conciencia de cuántas veces uno falla como hijo generando un profundo dolor en
el corazón la madre, y sin embargo, es la mamá quien guarda todos esos dolores
en lo profundo de su corazón y le devuelve a su hijo un amor incondicional. No
ha de existir en el universo algo más misterioso y magnífico que la capacidad
de amor y sacrificio de una madre que, aun cuando no tenga el apoyo de un
padre, puede prevalecer y enfrentarse al mundo de pie. Cabe destacar que un
gran maestro imbatible de artes marciales que pisó el suelo argentino supo
decir: “temo más un enfrentamiento contra una madre que tiene a su hijo en
peligro que contra cualquier militar o campeón del mundo”. Estas palabras
dichas por un gran hombre reflejan que toda persona de bien sabe reconocer la
fuerza que reside en una madre. Tanta humildad y mansedumbre se combina con una
inmensa fortaleza espiritual que la vuelve a una mujer implacable e invencible
cuando se convierte en madre, sea que ha engendrado una vida nueva con su
cuerpo, o sea que es mamá del corazón cuando abre las puertas de su alma a un
niño carente de hogar.
Aquel que pueda poner
en palabras el amor que se le tiene a una madre, ciertamente siente poco amor;
pero no por ello deja de resultar oportuno saludar y reconocer a esas mujeres
que siempre van a estar ahí para uno. Quizás no todos gocen de la presencia
física de su mamá, puede ser que algunos guarden recelo por diferentes
inconvenientes de la vida o tal vez simplemente mantengan una relación fría y
distante; pero cada ser humano vivo en este mundo es producto de una mujer que
lo albergó durante meses en su seno, y el simple hecho de que no lo haya
abortado ya es casual de un enorme agradecimiento.
Las personas podemos
llegar a la más anciana edad y sin embargo, ante una sola palabra de nuestras
madres, siempre seremos un niño que las escucha y se enternece como si fuera la
primera vez que oímos “te amo hijo mío”. Desde este espacio saludo a todas las mamás
del mundo, y en especial a mi madre que, similar a la mamá de Torvald, nunca
dejó de estar a mi lado, sintiendo orgullo por mí y dando un amor incondicional aun
en las peores adversidades cuando nadie más estuvo.
Autor: Horacio Giusto Vaudagna
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