No fue el machismo, fue la hipocresía


Autor: Horacio Giusto Vaudagna
Aun cuando no se ha determinado la individualización exacta de los autores materiales del homicidio de Fernando Báez, lo cierto es que su cruenta muerte dada la alevosía de los agresores ha consternado a la opinión pública en Argentina. En este sentido resulta prudente y oportuno reflexionar más allá de lo que muestra en forma amarillista los medios.
Apenas conocida la trágica noticia de Villa Gesell pasó algo más que predecible para muchos argentinos bien formados, se politizó el lamentable suceso. Las primeras repercusiones rozaron lo ridículo, tal como la opinión del titular del ministerio de Educación, Nicolás Trotta, para quien la ley de Educación Sexual Integral (ESI) es “la herramienta principal para combatir la violencia machista”. Desde punto en adelante ya se vislumbra la decadencia del debate público.
Cierto es que en el evento hubo despliegue injustificado de violencia, a tal punto que el día de hoy hay dos padres que se despiertan sabiendo que nunca más verán a su hijo, siendo esto de los dolores más grandes que puede enfrentar una persona. Sin embargo, abstrayendo todo sentimiento, lo que sucedió en Villa Gesell no es distinto a lo que habitualmente acaece, por ejemplo, en los bailes de cuarteto en las periferias de Córdoba. Ya en el año 2013, relataría el gran periódico cordobés La Voz del Interior: “Desde hace años, muchas madrugadas terminan mal luego de una fiesta de cuartetos. Heridos y muertos, ejemplos naturalizados de esta postal cordobesa. Los tribunales provinciales dictaron condenas por algunos hechos, entre ellos uno que dejó un muerto”. Lo mismo se podría decir de las fiestas nocturnas en la Matanza, donde los homicidios a la salida de las mismas son moneda corrientes. Así pues, a lo largo y ancho del país, es recurrente que mediando alevosía un argentino pierda la vida luego de haber querido simplemente divertirse una noche más.
Entonces alguien podría preguntarse el por qué si es tan común que se asesine a alguien a la salida de un local bailable, tuvo tanta repercusión la noticia de Fernando Báez. La respuesta es, quizás, la politización del hecho. Mientras el gobierno busca descomprimir las cárceles por la superpoblación que padecen, un importante sector del país manifestó su temor de convivir con delincuentes libres dentro de la misma comunidad. Aquí se aparece el primer vestigio del uso político de la muerte de Báez; demostrar que puede asesinar tanto el desempleado de Dock Sud como el joven de clase alta que veranea en la costa y juega al rugby es un mensaje oportuno para que la clase media no pueda criticar las próximas medidas carcelarias del ministro Berni.
En tal sintonía, que 10 jóvenes hombres, blancos, de poder adquisitivo por encima de la media y heterosexuales hayan aniquilado a otra persona calza en forma justa para sostener el relato progresista que comparte tanto el gobierno nacional como los medios hegemónicos. Desde este análisis reduccionista que muchos opinólogos realizan culpando al rugby por fomentar la violencia, al sector privado por vender alcohol, al hombre por generar testosterona, entre tantas falacias sin conexión que se dijeron, pocos atinaron a comprender la raíz del problema. Cuando los espacios más conservadores se manifestaron en contra de que el Estado se inmiscuyera en la educación sexual de los niños, no se trataba sólo de resistir a la ideología de género, sino que quedara en manos de la familia la educación moral de las futuras generación.
Atender la causa de Villa Gesell como un análisis político respecto a las prohibiciones que debería realizar el Estado para frenar “la violencia machista” es descuidar que lo único que ha fallado es la educación de los padres hacia sus propios hijos. Hay gente que por su formación espiritual y familiar, aun estando en estado de ebriedad, jamás atacaría a alguien indefenso. Mientras la opinión pública gira en torno a cómo será la vida carcelaria para 10 jóvenes ajenos a tal mundo, donde la morbosidad y el deseo de venganza aflora lejos de los conocimientos jurídicos, la realidad es que si el equipo de rugby tuvieran impregnada la noción de caballerosidad jamás habrían agredido a quien no estaba en posición de atacarlos.
Quizás sea prudente atender para dónde los medios intentan llevar el debate; real es que se busca estigmatizar al hombre como violento para sostener un relato falaz. Día a día aparecen videos de mujeres de clases sociales bajas atacándose en forma muy violenta las unas a las otras; esto hace deducir que para la opinión pública hay violencias repudiables si viene de ciertos tipos culturales, y violencias intrascendentes cuando es perpetrada por alguien pobre. Rasgarse las vestiduras ahora por un joven asesinado de nada sirve, más si lo que se repudia es la violencia mientras se pide que se viole y torture a los perpetradores del horrendo crimen. Ha de insistirse que la idea de Justicia implica no dejar impune el delito, como también es justo demostrar que aquellos que por diversas razones justifican una tortura no distan de ser muy diferentes al equipo de rugby acusado. Resulta también por demás tragicómico observar cómo muchos ciudadanos descubrieron que hay "violencia" en la sociedad porque 10 inadaptados asesinas en forma cobarde a un joven mientras día a día hay padres de familia baleados y el silencio por tales muertes es absoluto. Toda vida vale, pero la prudencia determina que en algún punto los argentinos deberían darse cuenta cómo sus sentimientos de "empatía", "preocupación por los jóvenes" y "responsabilidad" pasa más por replicar desde el celular lo que el periodismo pone en tapa que por sentarse a la mesa familiar a inculcar buenos valores a sus pares.
El cinismo y la hipocresía han captado la esencia de la opinión publicada en los medios periodísticos, mas no por ello uno debe dejar de atender que una gran cantidad de sucesos lamentables se evitarían si tanto el padre como la madre inculcaran, desde el interior de su hogar, los sentidos más profundos de Justicia y Misericordia. Ante un hecho aleatorio donde uno se encuentre atravesado por una difícil decisión, sea para actuar o para defenderse, si tiene interiorizado cuál es el límite de lo justo y lo misericordioso, muchas vidas se salvarían. Ciertamente esta reflexión final parece una utopía, pero en verdad las comunidades que han impulsado una enseña moral desde sus familias han demostrado ser más prósperas que aquellas que, bajo la idea de libertad, delegan toda responsabilidad en el poder político descuidando la responsabilidad sobre la propia familia. 


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