La corrección política también podría conducir al genocidio, más allá de la censura - Por Vicente Quintero

Autor: Vicente Quintero
Hate sex, hate politics y hate speech: ¿implicaciones de la cultura de la corrección política?

Entre las emociones, los sentimientos, los pensamientos y el lenguaje, existe una estrecha relación multidireccional, en el marco de un sistema integral de retroalimentación. La sobrelimitación de los términos que públicamente se pueden usar sin ofender colectivos y la castración comunicacional del sujeto, que no siempre dice lo que piensa y se ve forzado a reprimir lo que siente, son realidades que deben llamar nuestra atención y ser analizadas con mucho cuidado. La crítica constructiva y el debate deberían prevalecer sobre la censura comunicacional. Aunque puedan estar equivocadas, las personas tienen la necesidad de expresar lo que piensan, sienten y opinan. Puede ser peligroso insistir en suprimir ese derecho fundamental.
La corrección política, término polisémico que ha evolucionado a través del tiempo, como los de democracia, fascismo, populismo y otros tantos, es hoy considerada, en los Estados Unidos, una cultura y una forma de vida; una cultura y una forma de vida de gran trascendencia para los ciudadanos estadounidenses. La cultura de la corrección política está fomentando el extremismo y lo seguirá haciendo hasta que no reflexionemos sobre nuestras actitudes, especialmente, y aunque pueda resultar irónico, a la hora de exigir ¡respeto e inclusión!.
La lista de términos que pueden ser considerados ofensivos ha crecido de forma significativa y acelerada en los últimos años, lo cual dificulta ponerse al día con la cuestión. Además de recomendar reemplazar con expresiones eufemísticas los términos gordo, pobre y rico porque pueden ser ofensivos, algunas guías del lenguaje políticamente correcto recomiendan no usar el término “American” (en sentido de estadounidense, nacionalidad). Más allá del significante y el significado, también hay que evaluar el contexto. Es probable que a algunos se les esté yendo la mano con esto.
La sociedad estadounidense está cansada de la represión comunicacional; harta de no poder llamar a las cosas por su nombre. A nuestros habituales términos se le buscan constantemente eufemismos, para que sean más digerible y agradable nuestros mensajes. Pero los códigos de la corrección política, detrás del velo de la inclusión, están fomentando el extremismo, como se sugiere previamente en este artículo, publicado el año pasado, con base en investigaciones arbitradas.
Desagradable, pero irreverente; un hombre que dice lo que quiere decir y que no se preocupa por los buenos modales. Un hombre cuyas opiniones son genuinas, sinceras y naturales. Esa es la noción que un sector de los estadounidenses ha tenido — y sigue teniendo — de Donald Trump. ¿Están los estadounidenses cansados de la represión sistemática que, a través del lenguaje, ha ocurrido con la corrección política? ¿Estamos ante la presencia de un contramovimiento que rechaza la corrección política, percibida como una cultura de corte totalitario?
Las encuestas, incluso las más prestigiosas, señalaron que Donald Trump era percibido como un hombre desagradable por los estadounidenses; quizá estuvieron en lo cierto. Pero ese hombre obtuvo prácticamente la mitad de los votos en las elecciones de 2016, lo cual no es poca cosa. Sean o no desagradables los métodos de Trump para hacer política y expresarse de los demás, lo cierto es que esto no hizo que un sector casi mayoritario de la población dejara de votar por él; tampoco las acusaciones por parte de los demócratas de una presunta alianza con el gobierno de la Federación Rusa. O los estadounidenses valoraron otras virtudes de Donald Trump, o es precisamente el lenguaje duro y frontal de Trump parte de su gancho político, como de hecho ya habían sugerido las mismas encuestas en 2016.
Los críticos de la cultura de la corrección política, en los Estados Unidos, podrían radicalizar el debate sobre esta. Según Gretchen Small (1993), la corrección política puede llevar también al genocidio. De hecho, así titula su publicación. La versión de Small argumenta que, la ideología de la corrección política, disfrazada de indigenismo, buscaba legitimar una guerra étnica en Guatemala, a través de narrativas. Small señaló a la antropóloga venezolana Elisabeth Burgos-Debray, la cual hoy tiene 79 años, de propagandista. El libro ‘I, Rigoberta Menchu: An Indian Woman in Guatemala’, de gran relevancia internacional, tuvo que enfrentar importantes críticas y controversias.
En la publicación de Small, se acusa a las élites intelectuales de fomentar la esclavitud y el genocidio, a través de discursos sesgados que se presentaban como indigenistas. Detrás de la figura de la guatemalteca Rigoberta Menchú existían financistas extranjeros, con grandes intereses políticos, y especialmente, económicos, que buscaban que las tensiones étnicas se exacerbaran en el continente americano. Small alegó que, de triunfar el movimiento político de las fuerzas asociadas a Menchú — quien hasta recibió un Premio Nobel — , en Guatemala iba a tener lugar un barbarismo similar al que se vio en Serbia, en la región de los Balcanes. Es decir, los campos de muerte y violación sexual iban a verse, también, en la América Central. En ese holocausto, los primeros en morir iban a ser, precisamente, los indígenas que los indigenistas políticamente correctos decían defender.
El libro justificaba la revolución armada en Guatemala, sin analizar las causas históricas y económicas de los bajos índices de desarrollo en el país sudamericano. Temas y actores tan fundamentales como el Fondo Monetario Internacional, los niveles de deuda externa, así como el deterioro de los términos de intercambio comercial, económico y financiero, son ignorados. Tampoco se hablaba de los intereses de las élites guatemaltecas, que veían a la población de Guatemala como el principal recurso del cual podían disponer. No se hacía mención del auge del narcotráfico en Guatemala, que servía como punto de tránsito de las drogas producidas y consumidas, principalmente, en otros países. Small no solamente acusa a los aliados de Menchú de promover la esclavitud en América, sino de usar el narcotráfico para financiar la lucha armada, que consideraba terrorista. Todo esto, en una trama que presuntamente había involucrado históricamente a los gobiernos de Cuba y la Unión Soviética, pero también al gobierno de los Estados Unidos, a través de la USAID, que es la Agencia para el Desarrollo Internacional, a la Iglesia Católica de Occidente y a los grupos indigenistas de las Naciones Unidas.
Más allá del sesgo que quizá pudieron haber tenido las acusaciones de Small — que a veces pueden tener tinte de teorías conspirativas — , es conveniente reflexionar sobre ellas, debido a que estas controversias siguen siendo, en términos de comunicación política y opinión pública, muy vigentes. El objetivo del proyecto de la corrección política indigenista era el de asegurar que la rebelión del pueblo guatemalteco no se orientara a la lucha por mejores condiciones laborales y de vida, sino que destruyera al Estado-Nación. Es decir, evitar que surgiera un movimiento verdaderamente nacionalista que trabajara por el desarrollo de Guatemala. La ideología políticamente correcta, disfrazada de progresismo, buscaba así mantener el mismo statu quo, con las mismas contradicciones sociales y económicas.
La ideología políticamente correcta, disfrazada de progresista, y hasta anti-occidentalista, pudo ser, quizá, el vehículo para que importantes élites de poder, que ni son progresistas ni tampoco anti-occidentalistas, reafirmen sus privilegios, mediante la construcción de un discurso propagandístico que legitime una lucha étnica que, al final, termine protegiendo y defendiendo sus intereses. Como señala Tim Golden (1999), en un artículo publicado por el The New York Times, se demostró que muchos de los datos publicados en el libro de la antropóloga y socióloga venezolana, Elisabeth Burgos-Debray, no solo fueron inexactos, sino que resultaron ser tergiversaciones de la realidad documentada. La vida real de Menchú fue distorsionada para crear una narrativa que satisfaciera ciertos intereses, mediante la colaboración de élites intelectuales que prestaron su prestigio y credenciales, de forma pública y notoria.
La ideología de la corrección política, ha fomentado el extremismo, mediante eufemismos y manipulaciones del lenguaje; hasta lo más cotidiano se ha vuelto ofensivo. El hombre calla y agacha la cabeza; cuando habla, habla a medias. Y como el resto de las manifestaciones culturales, también tiene una incidencia en lo más íntimo y existencial del ser humano. No debe dejarse de lado que, nuestras preferencias políticas e intelectuales son tan ricas y complejas como nuestras mismas fantasías sexuales.
De manera que, el ‘hate sex’ ha sido un fenómeno que las ciencias sociales han comenzado a estudiar en los últimos años. Sophie Cullinane (2015), en un artículo periodístico, explica pedagógicamente, en un lenguaje ameno, por qué el hate sex se ha vuelto popular en países occidentales, a pesar de que, durante la crianza, se inculca que la relación sexual es algo que tiene lugar entre dos personas que se aman. Y es que el ser humano no solamente puede obtener muchísimo placer a la hora de acostarse con alguien que no soporta, sino que también puede disfrutar de la experiencia de votar por un hombre grosero e irreverente, como Donald Trump. La represión comunicacional tiene sus límites. En algún momento, la cuerda se rompe por el lado más débil.
Hate sex, hate politics y hate speech: ¿implicaciones inter-personales de la cultura de la corrección política? El odio es tan pasional como el amor. Probablemente, hasta podría decirse que estamos hablando de dos caras de una misma moneda. El odio es salvaje y bárbaro, mientras que el amor es suave y delicado. ¿Es ese, el que tanto te odia y el que tanto te insulta, el que te puede dar la mejor experiencia de toda tu vida? ¿Y qué es lo que haría falta para que te termines enamorando de él? El hate sex, como objeto de estudio contemporáneo, no es un fenómeno ajeno a la crisis de la cultura de la corrección política. No es que Occidente se esté volviendo loco, sino que la represión del lenguaje ha activado una bomba que está por estallar. Una bomba política, cultural, y por supuesto, sexual.
¿Qué es lo que está pasando? ¿Qué es lo que pasa hoy? Para algunos, el mundo se está volviendo surreal y distópico. Y para otros, está siendo el comienzo de nuevas fantasías, entendidas como la raíz primogénita de todo lo que el ser humano ha creado. Eros y ontos se tocan. Para hacerlo realidad, primero tienes que imaginarlo. La fantasía se vuelve creación. La cultura de la corrección política y los intereses globalistas que detrás de ella han estado, han creado un cóctel contrarrevolucionario. Aquel que odia, al odiar, se destruye a sí mismo. Pero la buena noticia es que, del odio al amor, hay algunos pocos pasos.
Nos dicen que, la cultura de la corrección política es el movimiento progresista que busca la construcción de una sociedad más justa, equitativa e igualitaria. Partiendo de que el lenguaje es creación y el lenguaje es poder, este movimiento incide en la semántica, para así cambiar la dinámica de las relaciones de conflicto y poder en la sociedad. Pero tenemos el legítimo derecho de dudar y ser críticos. Más aún, cuando se ha demostrado que, detrás de estos movimientos, han estado intereses muy distintos a las causas que, hipócritamente, se dice defender. Dudar es un derecho. La ideología de la corrección política, disfrazada de falsa moral, podría conducir, nuevamente, a los totalitarismos y los genocidios. Ahí la discusión: en nombre de las ‘buenas causas’, se manipula vil e infamemente.

Para bien o para mal, Donald Trump es una consecuencia de este escenario. Estamos en tiempos en donde confluyen múltiples y peligrosas manifestaciones de extremismo. La cultura de la corrección política, cuyos exponentes y defensores persiguen, en muchos casos, fines justos y humanitarios, ha fomentado radicalismo e intolerancia. El mundo tiene que reflexionar: los códigos de respeto son necesarios, pero mejor conducidos. La contracultura de la ideología de la corrección política, en su noción actual, se está volviendo tan extremista como lo ha sido, en tiempos recientes, la cultura de la ideología de la corrección política. Los resultados obtenidos, entonces, no están siendo satisfactorios, si es que realmente el objetivo fue, en un principio, promover el encuentro, y no un extremismo silencioso. El ser humano necesita canales para expresarse.
Las personas fanáticas suelen ser inseguras y tienen una visión unilateral de la realidad. A nivel cognitivo, el fanático se caracteriza por un pensamiento dicotómico que le impide ver más allá de su dogma o ideología. En muchos casos, el fanático tiene una visión escatológica que le permite reducir la incertidumbre y obtener mayor seguridad y estabilidad emocional. Además, esta reduce y/o anula cualquier necesidad de trabajo intelectual.

Material referencial consultado:

Coggan, M. (29 de junio de 2017). You’re Trapped on an Island With Someone You Hate: How Long Until You Have Sex?. Vice. Recuperado de www.vice.com/en_au/article/d38z8a/youre-trapped-on-an-island-with-someone-you-hate-how-long-until-you-have-sex
Cullinane, S. (9 de julio de 2015). Why Is Hate Sex So Good? Grazia. Recuperado de www.graziadaily.co.uk/relationships/dating/hate-sex-good/
Golden, T. (18 de abril de 1999). A Legendary Life. New York Times. Recuperado de http://movies2.nytimes.com/books/99/04/18/reviews/990418.18goldent.html
Nellasca, D. (29 de julio de 2015). The Fascinating Psychology Behind Hate Sex. Medical Daily. Recuperado de www.medicaldaily.com/psychology-behind-angry-sex-why-you-love-hooking-someone-you-hate-345270
Quintero, V. (24 de agosto de 2019). Donald Trump y el marketing “políticamente incorrecto”. Medium. Recuperado de:medium.com/@vicentequintero/donald-trump-y-el-marketing-políticamente-incorrecto-68196f9dd68e
Small, G. (12 de marzo de 1993). Political correctness leads to genocide. Executive Intelligence Review. Recuperado de http://larouchepub.com/eiw/public/1993/eirv20n11-19930312/eirv20n11-19930312_023-political_correctness_leads_to_g.pdf
Vicente Quintero Príncipe

Vicente Quintero es analista cultural y político. Escritor de un libro sobre el Tercer Reich en Venezuela, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, en proceso de publicación. Licenciado en Estudios Liberales de la Universidad Metropolitana de Caracas, con énfasis en la politología. También estudió, durante 1 año, Lengua y Cultura Rusa en el Instituto de Estudios Internacionales ИМОП de la Universidad Politécnica Estatal de San Petersburgo (Rusia). Cursa actualmente estudios de postgrado en Gobierno y Políticas Públicas, en la Universidad Central de Venezuela — en proceso de entrega del trabajo final de grado — . También cursa estudios especializados de Teología avalados por el Patriarcado de Moscú y de todas las Rusias, máximo representante institucional de la Iglesia Ortodoxa en Rusia y su eje de influencia. En 2018, presentó la obra de arte “Producto LGBT” en el Museo Nacional Alejandro Otero de Caracas, bajo dirección de la Fundación Museos de Venezuela. Aprobada la mitad de los créditos en la Licenciatura en Psicología de la Universidad Metropolitana de Caracas. Quintero ha sido intérprete-traductor y asesor político de periodistas y empresarios extranjeros en Venezuela.

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