Autor: Horacio Giusto Vaudagna
Ciertamente
en la historia del pensamiento político cientos de autores han intentado
explicar el fenómeno del Estado Moderno, cada uno desde su propia impronta, lo
cual generó las más diversas y encontradas teorías. Sin embargo, dentro del
vulgo, se suele citar la emblemática obra de Thomas Hobbes[i], “El Leviatán”[ii],
para describir la enorme sobredimensión que posee el Estado Moderno en relación
al individuo.
Sería
irrespetuoso querer resumir en un par de palabras toda la tesis presentada por
Hobbes, mas no por ello deja de ser prudente extraer algunas de sus ideas
primordiales para comprender parte de la coyuntura política actual. Considérese
que para Hobbes, el Hombre en su estado natural es completamente libre, donde todo
es válido en cuanto todo le es posible de realización. Explicará Jean-Jacques
Chevallier al describir “Los hombres naturales” en la visión del hobbismo: “Lo que se llama felicidad existe cuando
nuestros deseos se realizan con un buen éxito constante. El poder es la
condición sine qua non de esta felicidad.”[iii];
en la perspectiva de Hobbes cada individuo está en constante competición con su
par, siendo que todos están ávidos de poder.
El
temor a una muerta violenta, siendo el hombre una creatura capaz de calcular
(sustraer consecuencias), será el primer motor para alcanzar acuerdos de paz
entre semejantes. El hombre, bajo pena de destruirse a sí mismo, deberá
abandonar su estado de naturaleza. Inclinado el individuo por ciertas pasiones
de paz y también por cierta racionalidad, aparece lo que Hobbes denominará “leyes de la naturaleza”. Estos teoremas
conducen a la conservación y defensa del hombre mismo. Esta visión tradicional
podría ser resumida como “No hagáis lo que no deseáis que os hagan a ustedes
mismos”. Pero ciertamente, todo pacto, tal como supondría Maquiavelo, sin la
espada (sword) no es más que una
palabra (word). En la mirada de
Hobbes, el hombre es un ser interesado y especulador, razón por la que la
sociedad (gobierno político) es resultado de un pacto voluntario, el cual no
posee una raíz natural (a diferencia de los postulados aristotélicos). El
traspaso del “estado de naturaleza” en el que cada uno posee un derecho absoluto
sobre todo, incluida la vida de los pares, a la sociedad se realiza mediante un
ejercicio teórico conocido como “contrato”. En dicho contrato, cada individuo
cederá sus derechos en forma absoluta a un tercero, sea que se trate de un
monarca o una asamblea, el cual sustituirá y representará la voluntad de todos.
Mediante un único acto, los hombres se someten a un dios mortal, capaz de
inspirar semejante temor en sus súbditos que hará de la paz algo ordinario en
la vida social. Nadie contrata a este amo impartidor de terror, son los propios
hombres quienes renuncian a sus libertades para dar origen a un nuevo ente
capaz de mantener el sosiego en su tierra.
En
la actual coyuntura político-cultural latinoamericana, pareciera que las
sociedades modernas se inclinan más a una tesis contractualista de Hobbes que
la sugerida por Locke[iv],
aquel que sostuvo que cada individuo preserva sus prerrogativas ante el Estado
y defendió el Derecho Natural por sobre el Derecho Positivo. Si uno observa
detenidamente la obra “Leviatán”, podrá
concluir que para Hobbes, el hombre se ha despojado voluntariamente de su
libertad de juzgar el bien y el mal. En un innegable paralelismo, el hombre
moderno, mediocre cual ser que no busca una trascendencia, sigue la visión de
Hobbes. Bastaría ver cualquier caso de relevancia pública para observar la
forma en que las masas siguen todo aquello que viene digerido por el monopolio
estatal.
El
Estado Moderno ha cobrado un tamaño jamás antes imaginado. Ni Hobbes, un hombre
temeroso en un contexto bélico, llegó a presuponer que la burocracia estatal
arribaría a las actuales dimensiones. Ciertamente, es perverso que el aparato
coercitivo, destinado a la seguridad y administración de la justicia, hoy sea
utilizado para infundir una moral específica. Los modernistas, críticos por
excelencia de la moral, las buenas costumbres y la tradición, vieron en el
Derecho Positivo una excelente herramienta para imponer su ideología. Al igual
que Hobbes, todo el arco feminista y lobby LGBT[v]
parten de la siguiente premisa: “donde no hay poder común, no hay ley – donde
no hay ley, no hay justicia”. Esto revela que sólo será justo aquello que el
poder político disponga, por lo que, si el poder político determina otorgar
privilegios a una minoría en base a sus fantasías sexuales o restringir la
búsqueda de la verdad por ser ofensiva para una determinada calaña, tal acto
gubernamental debe ser considerado válido y correcto.
Para
Hobbes el Derecho sólo tiene una fuente: el Estado. Lo que el Estado determine
será norma sacra para el control de la sociedad. No es de extrañarse que
aquellos sectores que rechazan las tradiciones y el Derecho Natural en la
actualidad, tomen esta postura como su máxima. Si uno piensa en el debate por
el Aborto, la Ley de Identidad de Género, la implementación de la E.S.I., entre
tantos otros ejemplos, verá que siempre los discursos giran en la relación que
debe asumir el Estado al interpretar y aplicar un Derecho Positivo que surge de
meras voluntades circunstanciales. No existirán en estas confundidas mentes
algún fundamento que no sea la aplicación barbárica del más fuerte, sea que lo
hagan mediante la coacción estatal, o que simplemente se resguarden en mayorías
casuales que le permitan ir en contra de las libertades más básicas. Vaciar al
Estado de un contenido moral anterior al mismo implica depositar la ética en
una simple organización burocrática. Esto conlleva a que si el propio Estado
legaliza el asesinato de un ser inocente, la pedofilia, la destrucción de la
familia natural o la persecución religiosa, nadie tendría algún argumento
iusnaturalista que le permita resguardarse de tal embate. Sobrada razón hay
para considerar los riesgos de un Estado absolutista en manos de un selecto
grupo de personas resentidas que han hecho del odio y la intolerancia una forma
de vida.
Quizás
haya un camino prudente que puedan tomar quienes no quieran ser engullidos por
el Leviatán. Se podría combatir este estatismo feminista (que todo lo absorbe
para imponer su dogma) recordando a un célebre y clásico autor, Alexis de
Tocqueville[vi].
Dicho pensador planteará en su obra “La democracia en América” que, para evitar
los riesgos de una tiranía democrática que se haga del poder estatal, existirá
un gran remedio (a la par de las libertades locales y las asociaciones libres)
que es la Religión. Repeler el estatismo es el camino de un ser que valora
ciertas tradiciones e instituciones legadas en el tiempo. Si dentro del Estado
todo es lícito y válido, entonces, un freno moral a los abusos contra la
dignidad humana debe provenir de un elemento externo al mismo. Así es que la
religión puede ser una voz que plantee una disidencia moral ante el dogma
estatal. El resguardo de la persona dentro de una Fe permitirá crear nuevas
familias y comunidades que se puedan desarrollar por fuera de la moral
estatizada por el feminismo.
Enfrentarse
al Leviatán en manos del feminismo sería acudir a las primigenias tradiciones. Es
útil en este punto considerar que previo al Estado Moderno, grandes pensadores
de la humanidad (Aristóteles – Santo Tomás de Aquino) consideraron que el
conocimiento de la naturaleza humana le permite especificar un conjunto de
normas morales que constituyen la ley natural. Reconocer que el
perfeccionamiento humano no depende del Estado es un buen inicio para rebelarse
contra toda actitud tiránica que intente impartir la casta política. El hombre
tiene una tendencia natural a vivir en sociedad, como así también posee en su
naturaleza racional el llamado a descubrir la verdad. Si existe la obligación
de obedecer la Justicia, la misma debe estar en conformidad a la verdad. Si la
administración de la justicia no satisface este requisito debe promoverse el
conocido “derecho natural de resistencia”[vii].
Por
todo lo expuesto, cada lector sabrá si es momento de oponerse al avance de un
estatismo que dispone el relativismo en el derecho a la vida, la promoción de
la sexualidad en infantes y la censura a quienes salgan en búsqueda de la
verdad. Ciertamente en los tiempos modernos pareciera que nada es real y todo
depende de las percepciones; en tal sentido, la mediocridad acompañada de una
sumisa comodidad favorece al totalitarismo feminista. Resulta extraño encontrar
hombres valientes que osen ser “outsiders”
del sistema con el fin de combatir una afrenta a la naturaleza humana. Pero no
ha de perderse la esperanza de que estos pocos valientes se multipliquen a
través de la familia y la comunidad, porque, tal como explicitó Chesterton: “A cada época la salva un pequeño puñado de
hombres que tienen el coraje de ser inactuales”.
[ii] Hobbes, T. Leviatán,
Tomo I -1º ed.; Buenos Aires, Argentina: Losada (2007).
[iii] Chevallier, J. Las
grandes obras políticas, desde Maquiavelo hasta nuestros días; Madrid,
España: Aguilar (1957).
[iv] Locke, J.
Segundo ensayo sobre el gobierno civil; Buenos Aires, Argentina: Losada
(2003).
[v] Márquez,
N. – Laje, N. El libro negro de la nueva izquierda;
Buenos Aires, Argentina: Grupo Unión (2016).
[vi]
Tocqueville, A. La democracia en América;
Madrid, España: Alianza (2002).
[vii]
Suma teológica - Parte I-IIae - Cuestión 96 “Del poder de la ley humana”
"Ciertamente en los tiempos modernos pareciera que nada es real y todo depende de las percepciones; en tal sentido, la mediocridad acompañada de una sumisa comodidad favorece al totalitarismo feminista."
ResponderEliminarMuy Bueno el texto!