Autor: Horacio Giusto Vaudagna
Zygmunt Bauman escribía
en “Tiempos Líquidos”[i]: “Gran parte del poder requerido para actuar
con eficacia, del que disponía el Estado Moderno, ahora se está desplazando al
políticamente incontrolable espacio global…; mientras que la política, la
capacidad para decidir la dirección y el propósito de la acción, es incapaz de
actuar de manera efectiva a escala planetaria, ya que sólo abarca, como antes,
un ámbito local”. El mundo actual se encuentra inmerso en una enorme
incertidumbre, donde los colapsos económicos son tanto o más graves que las
crisis sanitarias; en este sentido, un aspecto de la crisis que afronta el
hombre posmoderno es el tener que vivir el divorcio entre el Poder y la
Política. Desde la aparición del Estado Moderno, la sociedad en su conjunto fue
compelida a depositar su seguridad en aquella estructura burocrática que
concentraba la suma del poder público; tal es así que tanto el liberalismo en
su búsqueda por salvaguardar la Propiedad, como el socialismo al querer imponer
su noción de Justicia Social, terminaron legitimando la existencia de un ente
que era superior en lo interno e independiente en lo externo.
Sin embargo, la
seguridad prometida se ha fragmentado ya que la pandemia originada por el
COVID-19[ii]
hizo evidente la fragilidad humana, mientras demostraba que las estructuras de poder
no estaban listas para proteger a las personas de aquel “enemigo invisible”. La
enfermedad que afecta al mundo puso de manifiesto la inutilidad del
antropocentrismo moderno que depositaba toda su Fe en ciertas mentes iluminadas
que dirigían las políticas sociales. En sólo días, una simple enfermedad
evidenció que ni el Estado ni las corporaciones globales podían dominar lo
naturalmente indomable. El temor a la muerte puso al descubierto que hay un
mundo más allá de lo que el discurso político hegemónico propone.
Sin intención ni
conciencia, muchas personas descubrieron lo endeble que eran aquellas teorías
multiculturalistas que promovían un mundo sin fronteras; en tan sólo horas, las
personas crearon límites recalcitrantes dentro de sus espacios domésticos. Ya
pocos hablan de la necesidad de crear espacios comunitarios donde lo privado
cede ante lo público; muy por el contrario, se han creado esferas tan
atomizadas que ni siquiera el poder político estatal puede acceder, aunque
paradójicamente, ciertas empresas tomaron el control total de la información
que podía recibir una persona. Bauman sostiene que el hombre transita
actualmente una vida plagada de incertidumbres y ello resulta más que cierto
ante la vorágine de cambios que asola al mundo. En el pasado, las grandes
catástrofes llamaban al silencio y la oración de los santos mientras que, en
pleno S. XXI, una persona sin internet y aislada del caos durante un par de
días empieza a considerar válida la opción del suicidio. Resulta irónico que en
plena era de “liberación”, hayan sido las mujeres consagradas a la Fe católica
quienes se dedicaron a ayudar libremente a sus pares mientras, en lo más
recóndito de las casas, las feministas se limitaron a escribir fantasías desde
una red social del capitalismo. Este ejemplo muy al azar, demuestra que las
identidades modernas construidas desde una idea iluminista y liberadora se
desmoronan ante una emergencia. Esto sucede porque, en esencia, las identidades
de los individuos se construyeron a partir de un relato político, donde el
“otro” no es más que una ficción discursiva. Tal como supo explicar el
periodista Patricio Lons[iii],
en el pasado los hombres libres del mundo poseían una identidad en torno a lo
trascendente (la religión), de allí es que la persona se identificaba como un
católico en búsqueda de Dios y no como un argentino, un aliado feminista, un
sindicalista o ciudadano del mundo. Ese sentido de trascendencia mantenía firme
a la sociedad en épocas de tribulaciones, mientras que la fragilidad actual transita
un camino muy diferente. En tiempos contemporáneos, los miembros de la sociedad
se auto percibieron de diferentes formas, ya se adhiriendo al indigenismo, al
ecologismo, al animalismo, o cualquier corriente política; sin embargo, la
inmensa mayoría no es más que un engranaje de un sistema global que requiere de
esa falsa noción de libertad para seguir funcionando. Piénsese en este ejemplo:
una mujer consagrada a la Fe tendría la fortaleza moral para tolerar cualquier
martirio (tal como sucedió con la Orden del Carmelo durante la Revolución
Francesa); mientras, una mujer feminista empoderada que llegó a los cuarenta
años con sólo dos gatos y trabajando seis días a la semana denuncia la
desigualdad hacia las mujeres, pero su voz no es más que propaganda gratuita
para Ford, Rockefeller, Carnegie, Turner, Kellogs, IBM, Hitachi y Soros. Las
personas sin sentido de trascendencia ven imposible una vida en silencio;
necesitan desesperadamente mostrar su diario íntimo en las redes globales para
justificar el “sacrificio” que realizan a diario; y en este punto es válido
preguntarse dónde hubo mayor libertad, si acaso una mujer que voluntariamente
aceptó la vida en convento, o la mujer engañada por un magnate que no es
consciente que su lucha sólo sirve para darle más poder a organismos
supranacionales. Todo ello es una de las tantas afecciones que generó el
globalismo; un fenómeno contemporáneo donde un simple hombre puede controlar el
pensamiento de un colectivo de mujeres del tercer mundo, mientras una
enfermedad local en pocos días aísla a ciudades del otro meridiano o donde una
mala decisión económica de un agente puede desencadenar un caos para familias
asalariadas, que desconocen la nación para las cuales van sus productos.
Ante un panorama
desolador, donde literalmente las ciudades más importantes están completamente
paralizadas, es prudente tener presentes las palabras de Juan Manuel de Prada:
“La plaga del coronavirus, cuyas consecuencias
apenas hemos empezado a paladear, nos ofrece una ocasión inmejorable para
cambiar nuestra desquiciada forma de vida. Pero, como nos enseña el
Apocalipsis, los hombres se distinguen siempre, después de sufrir una
calamidad, por volver a las andadas; y esta conducta irracional, tristemente
repetida en todos los crepúsculos de la Historia, se repetirá también ahora.”[iv]. En
efecto, es posible que muchos ciudadanos despierten de su letargo y vean que,
en una crisis mundial de gran envergadura, poco y nada ha podido ayudar
cualquier discurso ideológico; las personas verán que en los problemas reales
del mundo, el feminismo, el ecologismo, el indigenismo, o cualquier corriente
posmoderna de pensamiento, es mera letra muerta. Pero igualmente un problema
seguirá omnipresente, esto es, el Globalismo. Tal como sostuvo Bauman, el
Estado Nación está mutando y paulatinamente cediendo territorio político a un
fenómeno mundial. Muchas personas seguirán sin darse cuenta que las ideologías son
meras campañas de marketing para seguir manteniendo en funcionamiento un
globalismo en el que la sociedad se auto-fagocita. Una generación entera
escribió las bondades de “Ser Libre, Viajar, Soltar” pero, cuando una
enfermedad mortal se esparció por el mundo, los liberales dijeron que era un
virus comunista mientras los socialistas dijeron que era un problema de los
ricos; pero nadie se atrevió a decir que era a causa de un dependencia
desenfrenada que crece mientras los idiotas útiles siguen obnubilados en
reduccionismos.
Es posible que algunas
personas redescubran la importancia del silencio y de la reflexión. Ciertamente
existe un impulso natural en buscar la libertad; de allí es que sería prudente
pensar sobre los alcances de un mundo globalizado. Véase cómo muchas
corrientes liberales reniegan del poder sobredimensionado del Estado (lo cual es
una crítica legítima que realizan), pero al mismo tiempo callan cuando una
empresa como IPPF promueve en países menos desarrollados una limpieza étnica[v].
Ese silencio bastardo pareciera presuponer que algunas personas se oponen al
Poder político de un burócrata pero, simultáneamente, aceptan la imposición de
un agente empresarial de otra nación que define las políticas internas[vi].
Parece que el
globalismo en poco y nada ha ayudado a aumentar la dignidad humana. Cuesta
encontrar digno a un sistema en el cual un político al servicio de una gerencia
internacional tome a una mujer confundida como herramienta de trabajo gratuita,
sin embargo, en cada marcha feminista aparecen miles de mujer promoviendo el
negocio del aborto que sirve para el lucro de unos pocos. Ese simple dato
anecdótico permite vislumbrar que no sólo los virus se esparcen de nación en
nación con suma facilidad, sino que cualquier ideología foránea puede
impregnarse en el ethos de un pueblo y azolarse cual enfermedad terminal. En un
mundo en el que las personas son reducidas a meras herramientas de producción
cabe dudar si en efecto ha sobrevivido algo del Occidente que dicen algunos
defender. Sea que uno vaya a Francia, Honduras o Corea del Sur, verá a hombres
y mujeres vestidos de igual manera, defendiendo la causa del ecologismo
mientras suben su vida privada a una red para que sea consumida por gente igual
de frívola. Ya no existe diferencia sustancial entre naciones protestantes,
budistas o católicas; todas están homogenizadas bajo un mismo esquema en el
cual los discursos ideológicos suplantaron las identidades. Tanto con el aborto
como con la eutanasia sale a la luz que al mundo globalizado no le importa la
persona, sino la función que ésta tenga en el sistema; de allí es que se insta
paulatinamente a que una persona vea digno el suicidio mientras se descartan
vidas concebidas porque afectaría el sistema público de ayuda social.
El globalismo explota a
la sociedad de una manera muy particular. El individuo está cada vez más
atomizado en sí mismo; mucha gente cayó en la falsa idea del colectivismo de
izquierda sin ver que eran un simple engranaje anónimo más en el montón. En
este sentido, la corriente liberal que se opone a la Tradición y las
instituciones históricas que forjaron la vida en occidente también contribuyó a
que la persona quede desnuda frente a un Estado manipulado por una agenda
globalista. Es prudente recurrir al escepticismo conservador de Scruton[vii]
para albergar cierta esperanza en quienes están insertos en un sistema que ha
violado toda noción de localismo. El conservador bajo ningún aspecto podría
oponerse al libre comercio como expresión de la Propiedad Privada, pero ello no
implica hacer una reducción de la ética a todo lo que se encuentre dentro del
mercado. El libre comercio (nacional e internacional) del conservador va
acompañado por un eje moral que ve más allá del simple cálculo económico; por
ello es que mientras en la actualidad las empresas pornográficas usan una
pandemia como excusa perfecta de marketing, la actitud conservadora invitaría a
que el aislamiento sirva para mejorar el diálogo familiar. Como puede
apreciarse, hay nociones de gran valor que el conservador integra a su vida sin
necesidad de sacrificar la libertad; simplemente comprende que hay elementos
importantes en la vida del hombre que no pueden ser ofrecidos al mercado pero
que aun así poseen un gran valor. Así es que uno debiera tener, según Scruton,
un cierto pesimismo ante las mentes iluminadas que prometen mayores libertades
a partir de meros cálculos teóricos sin considerar el bagaje histórico que
permitió articular el orden social.
Para el conservador la
vida en comunidad es tan importante como la libertad individual, de allí es que
la solución no la encuentra peticionando mayor coerción estatal sino que invoca
mayor conciencia cultural. Si el globalismo permite que tanto un virus como una
ideología se difuminen por el mundo dejando muerte a su paso, la actitud
conservadora no propondrá mayor presencia estatal para silenciar una idea o
disparar a un enfermo; muy por el contrario, luchará para que las comunidades
sean escépticas de lo que venga de grupos foráneos hasta que se demuestre que
no existirán consecuencias negativas en la apertura al cambio. Parafraseando al
gran pensador Anxo Bastos, podría uno pensar en dos sociedades en donde estén
legalizadas las drogas; en la sociedad A existe un espíritu conservador que
desalienta culturalmente el consumo mientras que en la sociedad B se alienta al
consumo porque hay que abrirse a las libertades propuestas; cada uno sabrá
dentro de dos décadas cuál sociedad fue más fructífera. Quizás lo providencial
de una pandemia sea la oportunidad para reflexionar sobre la libertad, en
especial, qué tan independiente es una persona que obedece a un sistema
controlado por unos pocos bajo la ilusión de libertad.
[i]Bauman, Z “Tiempos Líquidos” (2017); Ed.: TusQuest, Argentina.
[ii]Organización Mundial de la Salud:
“Preguntas y respuestas sobre la enfermedad por coronavirus (COVID-19)”, visto
en: https://www.who.int/es/emergencies/diseases/novel-coronavirus-2019/advice-for-public/q-a-coronaviruses
[iii]Periodista Argentino dedicado a
la Investigación Histórica y al Revisionismo del Legado Hispánico en América.
[iv]De Prada, J. “Globalismo vírico”; artículo de opinión
publicado el 16/03/2020 en el portal “XLsemanal”.
[v]Giusto, H. “IPPF: una filosofía eugenésica, determinista y malthusiana”; visto
en: https://fundacionlibre.org.ar/2019/12/17/ippf-una-filosofia-eugenesica-determinista-y-malthusiana-por-horacio-giusto/
[vi]Tómese
como ejemplo: “Organizaciones que
promueven aborto en Argentina recibieron dinero de Planned Parenthood”
visto en: https://www.aciprensa.com/noticias/organizaciones-que-promueven-aborto-en-argentina-recibieron-dinero-de-planned-parenthood-14405
[vii]Scruton,
R. “Las bondades del pesimismo”
(2018); Ed.: Fundación para el Progreso, Chile.
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